Sentado en medio del todo y de la nada estoy. Intento ver y se desvanece la verdad. Me muevo un poco y todo se mueve. Intento respirar y todo se desvanece. Me cuesta el no movimiento y soportar a mi mente luchar contra ello. Me cuesta el no intentar una cosa u otra. Siento que todo va a explotar por momentos, no tengo fuerzas, me pregunto por qué y mi padre me dice: «ES, no tiene que ser. Ríndete, no supliques ayuda, no intentes abrazarme, no intentes nada».
En ese momento comienzo a sentir menos pesadez, menos prisa, menos necesidad de saber, de comprender. Lágrimas son la respuesta a ser, lágrimas como respuesta a dejar de ser lo que creo que tengo que ser. Lágrimas recogidas por todos ellos y unas manos que comienzan a acariciarme… miradas que me dan la bienvenida.
Me veo pataleando feliz sobre ropajes con la pureza como recién nacido. Siento la mano de madre acariciándome la cabeza. Siento su felicidad por tenerme ahí, su amor, su pureza, su no esperar nada. De repente mis ojos observan una blanca luz y una silueta de ella sale. Es un joven de quien destacan sus grandes y brillantes ojos y pelo dorado como el sol. Se acerca a mi y me dice: «nunca olvides este momento, lo que estás sintiendo, este es el origen de todo».
No respiro, no veo, no muevo ni un milímetro del cuerpo, comienzo a ver, a sentir, a Ser.
Jesús